lunes, 17 de agosto de 2015

Letargo







En cuánto aterricé en la isla de San Miguel entré en un estado de letargo enorme e infinitamente agradable. Me dejé llevar de un lado para otro al ritmo del viento y de las olas, por mi propia acción me hubiera quedado mirando al mar todo el rato, al infinito que se hallaba hacia cualquier lugar que miraras. El infinito Atlántico, el infinito cielo azul, gris, blanco...porque el cielo como el mar cambian en esta isla de una manera absolutamente pasmosa de un segundo a otro. 
Mis ojos buscaban el chorro de la ballena, buscaban ese lugar que ocupa la ballena en mi, ese lugar de sueño, de fantasía, de aventura, de hojas amarillas de libros de aventuras. En la isla también encontré las huellas de la crudeza de la vida en el mar, rostros, cuerpos, piel que hablaban de la tragedia de la tormenta, de la pobreza de tener que salir a la pesca diaria en las condiciones que sean para poder llenar los estómagos hambrientos de una familia. Se huele que aquí la vida no es fácil y mucho menos en tiempos pasados, en tiempos de caza de ballenas y de incomunicación con el continente. 
Pienso en mis lecturas de alta mar y el romanticismo se me va a la mierda, ver en la mirada  de los hombres el terror del mar no es lo mismo que leerlo. Ver sus cuerpos dañados no es lo mismo que leerlo.
Tomamos una cerveza Sagres en la plaza de Agua de Pau rodeadas de parroquianos que nos miran con el mismo asombro con el que nosotras les miramos a ellos. Si, aquí una se asombra de las historias que cuentan esos rostros. 
Y me asombró la mar infinita, miraras a dónde miraras te la encontrabas y ese olor a algas y a humedad que se te mete en el cuerpo e impregna toda la piel y casi un carácter, una forma de estar.
Y luego llega la niebla que aún aísla más y la inmensa humedad. Todo es agua, el aire lleno de agua que lo oxida todo, que lo hace viejo en un abrir y cerrar de ojos, como los rostros jóvenes surcados de arrugas y de largas historias en el mar, en la barca, recogiendo las redes, limpiando el pescado.
Las mujeres en el hogar, en la cocina, con los niños; la calle, el bar, lo público es de los hombres y nos toca compartir barra de bar con los hombres del pueblo, es como volver años atrás, adentrarse en un viaje en el tiempo a un pasado no muy lejano pero para nosotras en parte ajeno y digo en parte porque por aquí tampoco estamos para tirar voladores.
Desde esta isla es más fácil entender la saudade, la nostalgia, el anhelo del retorno, un echar de menos lo que ahora no tenemos, lo que no somos. El retorno a un hogar caliente y cerca de los seres queridos, un lugar quizá no del todo confortable pero si seguro. Dice Homero: "Nada hay tan dulce como la patria y los padres propios, aunque uno tenga en tierra extraña y lejana la mansión más opulenta" y más si me encuentro en medio del mar, después de largas jornadas de trabajo duro, agotado, descompuesto, invadido por la humedad y el dolor.
Escribo Homero y pienso en Ulises, la vuelta a casa convertida por los griegos en mito. La vida como una aventura, un largo viaje de encuentros y desencuentros, de aprendizaje y crecimiento y la vuelta a casa como el encuentro de la paz interior.
Mito, realidad, la inmensidad del mar y la inmensidad del viaje y la piel curtida de estos hombres de vidas duras, de trabajo agotador bajo el sol y bajo la tormenta, todo para sobrevivir, para seguir viajando en el tiempo que a cada uno le toca.

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2 comentarios:

  1. lo que escribes con tanto corazón, si lo idealizado y lo real, ambas contiene belleza, dureza, y nos hacen despertar o deserta. Lindas fotografías las disfruto mucho. gracias.

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  2. He disfrutado mucho tu post. Me han dado ganas de salir de mi vida y entrar en ese letargo. Aunque se intuye doloroso.

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