jueves, 6 de abril de 2017

Frio, calor.





La alegría es caliente y expansiva, es una energía que sube y ese calor tendemos a querer compartirlo con los demás. Es un impulso que nos lleva a compartir, a acercarnos al otro.
La alegría en la pelvis se manifiesta en forma de erotismo, en el pecho en forma de ternura y en la cabeza como curiosidad. En casi todas las formas el otro, los otros, son una parte importante en la ecuación.
Pero las emociones nunca vienen solas, vienen de dos en dos, tristeza y alegría, rabia y miedo...
Si no me dejo sentir en toda su forma una de ellas de alguna manera también se merma la otra. No podemos vivir fijados en la alegría, ni en la tristeza o si, pero esto tiene consecuencias. Las emociones no son un estado son un tránsito. 
Si no me dejo sentir el dolor, la tristeza, el miedo...me congelo, me bloqueo, pongo una coraza que al final no me deja sentir nada, ni miedo, ni alegría, ni gozo, ni amor. Una coraza que me impide acercarme al otro, ponerme en contacto con el.
Y así se vive muchas veces, congelados. Entiendo que a veces el dolor es demasiado grande, o es un dolor muy antiguo al que ya no sabemos ni ponerle palabras, duelos no elaborados, carencias de la infancia, miedo al abandono, al fracaso. Aparecen fantasmas, fantasías de que no vamos a poder con ese dolor, a que si entro en la tristeza nunca voy a salir de ella, pero insisto, las emociones son tránsitos, no tienen porque ser estados fijados, no nos tenemos que quedar atrapados.
Muchas personas llegamos a una edad donde puede aparecer la "sobrecarga de duelo". Hemos tenido tantas pérdidas, tantos abandonos, duelos no elaborados apenas, no llorados, no expresados que dejamos de sentir, nos congelamos. Para sentir hay que darse tiempo "solemos estar poco dispuestos a abrazar el dolor que provoca la pérdida el tiempo suficiente para aprender las lecciones que nos enseña y tendemos a seguir ciegamente hacia adelante, intentando satisfacer las demandas de la realidad externa sin hacer caso del ritmo que marca nuestro interior" dice Neimeyer en "Aprender de la pérdida".
Vivimos en una época de prisas, de velocidad, de rapidez y para sentir hay que darse tiempo, ir despacio, pararse a ver que pasa: "Los capitalistas son como ratones en una rueda, que corren cada vez más deprisa a fin de correr aún más deprisa" Immanuel Wallerstein. Asi estamos, como ratones corriendo en la rueda vertiginosa de la acción sin pararnos a sentir. 
Parar, narrar nuestra historia, dar nombre y forma a los significados de nuestra experiencia vital, dejar espacio al sentir, para así ir descongelándonos, entrar en calor y vivir más plenamente y en contacto con los otros es un camino.

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